viernes, 31 de octubre de 2008

Capítulo 4

El duende le dijo a Nemesia: querida Nemesia, a ti no te hace falta darle bebedizos a nadie, con tu belleza basta para que cualquier príncipe caiga rendido a tus pies.
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-Sí, en La Nava todos me decían que era muy guapa, que me parecía a mi abuela Vitoriana. No daré de beber nada a nadie, si el príncipe me quiere que sea por mis méritos.
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Y la bruja Frigidiana seguía mirando en la bola para ver el futuro de Nemesia.
-Nemesia tienes que retroceder, teneis que partir rumbo a La Serena, porque el príncipe Cenizo y todo su séquito anda por tierras extremeñas, ha ido a conocer a una joven llamada Blancaflor.
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Entre la comitiva se encuentra un trovador que toca la flauta y canta, ameniza las noches a todos los acompañantes del Principe.
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¡¡¡¡Mi primo Eladio!!!! -exclamó Nemesia-
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Y dando las gracias a la bruja partieron Nemesia y Herodillo hacia la Serena.
Nemesia iba muy contenta de volver a su pueblo, pues ya estaba echando de menos almorzarse unas buenas migas con pimientos y ajos.
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Ya llevaban andadas unas cuantas leguas, oyeron un galopar de caballo que les era conocido y cuando se fue acercando a ellos ya vieron que era su amigo el jinente misterioso. Paró el caballo y se bajó, se acercó a Nemesia y haciendo una reverencia cogió su mano y se la besó.
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Nemesia se puso colorá como un tomate y el caballero al verla ruborizada le dijo que los colores le sentaban bien y que era todavía mas bella.
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El duende le explico al jinete que volvían a Extremadura porque el príncipe Cenizo ya no estaba en el palacio, y el caballero les propuso llevarles hasta allí, pues le apetecía conocer aquellas tierras y además que era un placer llevar a Nemesia a la grupa de su caballo.
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Nemesia se preguntaba si sería verdad lo que les dijo la bruja de que el jinete misterioso se llamaba Felicísimo y era hermano gemelo de Cenizo. Ella vio al príncipe una vez unos segundos, pero no le vio la cara porque la llevaba tapado con su capa.
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El jinete le parecía muy guapo, se subió al caballo y se agarró a su cintura y el duende, como era muy pequeño se metió en el morral que el jiente llevaba con agua y comida y así iniciaron el viaje de regreso.
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-ahhhh que despieste el mío, no os he dicho como me llamo, me llamo Felícisimo de todos los Santos -dijo el jinete.
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Nemesia tragó saliva y dijo con voz muy cortada:
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-Yo me llamo Nemesia, pero me puede usted llamar Neme...
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Galoparon durante días, parando para comer algo y para llenar la cantimplora de agua y por el camino fueron contando a Felicísimo todas las aventuras que habían vivido desde que Nemesia salió de la Nava, todavía con las pupas de las viruelas locas.
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Cuando pasaron por la cueva de Websabio entraron a saludarle y Herodillo, que era nacido en ese bosque y ya pensaba que Nemesia iba bien acompañada se quedó allí, para después irse a su tierra.
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Le dieron agua al caballo y Nemesia y Felicísimo siguieron el viaje charlando y cada vez más compenetrados el uno con el otro. Felicísimo le confesó a Nemesia que Cenizo y él eran hermanos gemelos, y que al hechizar el duende a Cenizo, su madre los separó para que no le hechizara también a él y lo llevó a casa de su madrina que vivía en otro pueblo, cerca del palacio y allí se había criado hasta que su madrina murió y él se fue a recorrer mundo.
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-Te voy a contar un secreto Neme: Cenizo no sabe que yo existo, él cree que su hermano gemelo murió de sarampión cuando tenía dos añitos, me lo dijo mi madrina antes de morir.
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Tocotó, Tocotó, Tocotó, Tocotó y siguieron galopando ...
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Mientras tanto el príncipe Cenizo sintió que La Navidad se acercaba y a el estas cosas lo enternecían mucho y todos los años tenían que representar la escenificación del nacimiento. Como se encontraban en La Nava visitando al curandero por el tema de la caída acamparon en El Navazo al lado de los caños pues ese lugar le pareció el más idóneo para la representación y sin perdida de tiempo comenzaron.
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Un narrador decía:
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La mula y el buey ya estaban allí. Estaban allí antes de que llegaran José y María. Estaban allí porque lo dice la leyenda, porque la mula y el buey siempre han sido así de buenos y porque el Niño quiso que estuvieran allí para cuando Él llegara.
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Y además de la mula y el buey, estaban allí picoteando dos gallinas que se habían comprometido a poner un huevo diario allí en la paja, para que los tomara María. Había también un ratón que quería ver todo aquello, pero que se había quedado apartado y escondido para no asustar a la Virgen.
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No estaban los hombres pero estaban los animales. Estaban los animales para recibir al Niño, y se habían estado preparando para ello desde el día en que Dios los echó al mundo, allá por el día quinto o sexto de la creación. Que ya dijo entonces Dios, después de crearlos, que los animales eran buenos.
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No estaban los hombres porque tenían otras cosas mucho más importantes que hacer:
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Tenían que contar dinero, tenían que discutir de política, tenían que cenar, tenían que decir otra vez lo difícil que se está poniendo la vida y tenían que hacer qué sé yo qué. Todo esto nos lo podría contar José, que se hizo santo esa tarde llamando de puerta en puerta.
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En una: que “Dios les ampare”; en otra les tomaron por gitanos y fueron corriendo a ver si les faltaba alguna gallina; en otra les dijeron que “aquella era una casa honrada y que se habían equivocado, si creían que… ” en otra les dijeron que tenían que llenar un impreso en una instancia del Ministerio de la Vivienda, sin olvidarse de incluir una póliza de tres sextercios; en otra le dieron a José un anuncio muy sugestivo de la Inmobiliaria Judá, S.A., que acababa de construir en Belén unas habitaciones encantadoras para matrimonios jóvenes: dos huecos hacia el monte y living con fogón bajo, exentos de tributos, con tendedero de ropa a lo largo de toda la fachada (cuerda obsequio de la empresa), céntricos, a 150 pasos de la fuente del pueblo; toda clase de facilidades de pago; entrada desde 500 denarios, y el resto en cómodas mensualidades de 50 denarios durante cuarenta y siete años.
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Y José que, el mes que más ganaba, sacaba 50 denarios, y el que menos no llegaba a 30, vuelta a hacerse santo, por no haber dicho ninguna palabra arcaica referente al problema de la vivienda.
Por fin llegan a la cueva, José está preocupadísimo porque nunca se ha visto en otra como ésta, y el pobre cree que tiene que hacer de Padre Celestial o poco menos.
María, tranquila como la primera mañana del mundo, se ha recostado en un montón de hierba seca.
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José tiene un apuro que le parece que se va a acabar el mundo.
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María siente una paz como si el mundo fuera a comenzar de nuevo.
El Niño ha dado el primer grito.
María le ha dado un beso.
José ha tragado saliva.
La mula ha levantado las orejas.
Las gallinas que estaban dormidas en un saliente alto, han bailado con mucho revuelo.
El buey ha dicho “mu” y ha dado un coletazo que ha espantado todas las moscas de la comarca.
Todo ha sido tan sencillo como eso.
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Sólo Dios puede hacer las cosas más estupendas con esa sencillez. Los únicos los ángeles que, por allí arriba, han comenzado a armar un escándalo que no van a dejar dormir al Niño.
José, mira en la bolsa y tráeme los pañales. José mete su manaza en la bolsa y, después de mucho revolver, saca el pañuelo de cabeza de María y se lo lleva.
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No José; esto no son los pañales.
Y José vuelve a meter el pañuelo y vuelve a revolver con fuerza el contenido de la bolsa, como si estuviera ablandando la cola de carpintero.
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Tráeme acá la bolsa, José.
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Y José le lleva la bolsa pensando que por ahí deberían haber empezado, mientras él se dedica a otra cosa de la que entiende bien, que es preparar un pesebre de aquellos para que sirva de cuna al Niño. Que por algo lleva él siempre en el bolso unos cuantos clavos y un pedazo de lija, por si hace falta hacer alguna chapucilla.
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- José ¿Quieres tenerme el Niño un momento?
A José se le caen los clavos y la lija y, para limpiarse las palmas de las manos, se las frota en su propia túnica (gracias que no era de los sábados). Después toma al Niño con todo el amor y toda la emoción de que es capaz, pero casi casi con el mismo estilo con el que suele sostener los tablones en su taller.
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María, al verle, suelta la primera risa del Nuevo Testamento.
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- No, José; mira… se le agarra así.
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Y en esto llegaron los pastores.
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Traen faroles para que haya luz en la cueva; traen pieles de cordero para ponerlas en el pesebre debajo del Niño; traen leche, queso, conejos, cargas de leña, un sonajero de boj hecho a punta de navaja; traen toda la fe de Abraham, Isaac y Jacob, y toda la esperanza de Isaías, Miqueas, Zacarías y Daniel.
El Niño hace pucheros, María les sonríe y José hace de “cicerone”.
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Ellos hablan, preguntan y comentan; todos menos uno, el más viejo: un anciano arrugado y bajito al que todos han hecho calle para dejarle en primera fila, y que se pasa todo el tiempo mirando muy serio, sin decir esta boca es mía.
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La Virgen le canta el primer villancico. Los ángeles… a callarse tocan mientras canta María.
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Luego entran a cantar los pastores, todos a la vez y cada uno a su manera, y los ángeles se tienen que marchar porque no consiguen averiguar en qué tono cantan los pastores. El pastor viejo ni canta ni habla ni nada. Serio.
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A María comienza a intrigarle este hombre que parece que lleva sobre sus hombros toda la tristeza y la esperanza de Israel.
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Entonces María, movida de un impulso, toma al Niño del pesebre y se lo pone en los brazos del viejo pastor.
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El viejo siente en sus brazos algo en que habían soñado siglos de patriarcas y de profetas. Se le anima el rostro, le corre una lágrima por entre las arrugas y abre por fin la boca para decir con voz profunda algo que hubiera dicho el mismo Isaías, pero de otra manera:
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- ¡ ¡El Mesías; qué… !
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Se cortó a tiempo y no terminó la frase. Se dio cuenta de que era lenguaje poco bíblico. Sin embargo, todos los presentes sintieron el latigazo de la emoción y entendieron muy bien todo lo inmenso que quiso decir el viejo pastor con su lenguaje de cabrero. Todos le entendieron muy bien: Los pastores, los ángeles, José y María… y, sobre todos, el Niño y el Padre que están en los cielos.
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Cenizo se arrodillo y exclamo: Ha nacido el Salvador, el Mesias, el Señor y dos lágrimas resbalaron por sus mejillas. Se las secaron con el pañuelo real y dijo:
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Primer villancico de la noche...
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El Niño Dios ha nacido
en la Plaza del Navazo
las buenas gentes de La Nava
corren a darle un abrazo
y a pedirle con fervor
que los caños, vuelvan
a ser como antes Niño Dios.
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Mientras tanto Nemesia cada vez se se sentía mas atraída por el jinete, eso de ir a la grupa del caballo agarrada a él la hacía sentir segura. Ambos decidieron hacer una parada para que el caballo descansara. Se sentaron al la sombra de un árbol y cuando se miraron a los ojos ambos sintieron un deseo común. Sin casi darse cuenta se habían besado, Nemesia no paraba de temblar, era la primera vez que un hombre la besaba, pues ella nunca había tenido novio por el tema de sus viruelas.
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Felicísimo no supo que decir, sólo la cogió de la cintura y la abrazó susurrándole al oído que siempre estaría en su corazón. Él sabía que ella había recorrido un largo camino para casarse con su hermano, pero no había podido evitar sentirse atraído por su belleza y nobleza. Nemesia no sabía que decir, era cierto que había deseado tanto estar con Cenizo que no había pensado en ningún otro hombre, Felicísimo la hacía sentir parte del mundo, hacía que ella se sintiera querida y admirada. Aquello iba a ser una decisión difícil, pues se encontraba en un dilema.....
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Después de cantar unos villancicos, el príncipe Cenizo y toda su comitiva se acercaron a Castuera a comprar turrón, almendras garrapiñadas y unos polvorones.
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Pasó a la tienda el escudero del príncipe y esperando a que le atendiera el turronero, oyó murmurar algo a un grupo de mujeres que habían ido desde La Nava a comprar turrón, y como era muy curioso puso el oido:
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-Pues sí, a mi no me gusta ser cotilla pero dicen que a la Nemesia de mana Vitoriana la ha visto un pastor de Zarzacapilla subida en un caballo con un apuesto joven, y creo que viene para acá, que no tardará mucho en llegar, se fue hace ya tiempo porque no le salía novio en su pueblo, con eso de que tenía la cara llena de bujeros, y desde entonces no se ha sabido nada de ella... su primo Eladio también volvió hace poco, y creo que anda por ahí de cómico, con una gente muy rica... no si te digo yo... no se para qué se van si luego vuelven estoy en un sinvivir, deseando saber quien es el joven que la acompaña.
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-Creo que el joven se llama Felicísimo y que es hermano de un príncipe que se llama Cenizo que está de viaje por estas tierras...
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La Nemesia se lo dijo al pastor cuando les dio agua para el caballo y un pan con un queso de sus ovejas para que almorzaran.
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El escudero compró el turrón y salió a toda prisa a unirse con sus compañeros de viaje, pero se quedó pensando en lo que había oído y no sabía si decírselo a Cenizo o guardar el secreto, ya que nadie mas que el viejo padre de Cenizo sabía la existencia de Felícisimo.
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Cuando Felicísimo y Nemesia llegaron a la Nava, su hermano Celedonio estaba esperando sentado en el umbral de su casa y nada mas verlos sin darle un abrazo ni nada le dijo:
dile a los del cuento que a ver si se enteran de una vez, que eres de mano Vitoriano, no de mana Vitoriana... Que les he tenido que llamar al orden. Después le dio un abrazo a los dos y les hizo pasar, dejando al caballo atado en la reja de la ventana.
-Hemos hecho una caldereta de cordero para celebrar tu vuelta a casa y hemos invitado a todos los vecinos, pasar, pasar....
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Una vez que la comitiva real había hecho sus buenas provisiones de comida y bebida en Castuera el príncipe Cenizo dio la orden de partir hacia El Guapero pero pasando por Benquerencia ya que aún no se había entrevistado con el alcaide moro de dicha localidad.

Salieron por un camino que discurría paralelo a la sierra y bastante cerca de ella. Cuando estaban en una zona de pinares, más o menos, a la mitad del trayecto oyeron un gran estrépito y la comitiva quedó horrorizada. Unas enormes piedras bajaban rodando a gran velocidad por la pendiente de la sierra en dirección a ellos.

Cenizo reaccionó con prontitud arrojándose del caballo y tumbándose en el suelo en una pequeña oquedad que había en el terreno. Ésto le salvó la vida que que una de las enormes piedras saltó por encima de su cabeza y se paró a pocos metros después de chocar con el tronco de un pino.
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Encima de la sierra se pudo ver durante unos instantes a Pepe de Benquerencia que ayudado por sus hombres era el que había maquinado el atentado como venganza por la conversión de su amada en rana por Cenizo.
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El príncipe se incorporó y preguntó a qué distancia de Benquerencia se encontraban.
–A media legua, señor – le contestaron. (La piedra que pudo matar a Cenizo se puede ver aún en el camino que va de Benquerencia a Castuera y es conocida como “La Piedra de Media Legua”).

La guardia real salió en persecución de Pepe y sus hombres pero éstos ya les habían sacado mucha ventaja y no pudieron alcanzarlos.
Pepe el de Benquerencia se enteró por un pastor que el príncipe Cenizo después entrevistarse con las autoridades de su pueblo iba a ir a conocer a Blancaflor y le dijo a sus amigos:
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-seguiré al príncipe Cenizo por donde vaya, me pagará caro lo que le hizo a mi amada.
-Pepe, te recuerdo que tu amada era un poco casquivana, ella te dejó para ir a conocer al príncipe, por lo tanto no te querría mucho.
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-Pues tienes razón, que se amuele y que siga rana.
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Lo que no sabían ni los de Benquerencia ni nadie, era que los consejeros del príncipe habían metido en la tartana de las provisiones una garrafa verde camuflada entre las del vino, en donde habían metido a todas las ranas del estanque con la esperanza de que se solucionara el problema del encantamiento en cuanto el príncipe se casara con la elegida. Entre ellas iba la novia de Pepe, que con los ojos saltones miraba arrepentida a través del cristal de la garrafa y lloraba de ver los campos de la Serena por donde iban pasando.
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¡Cuanto le gustaría poder a pisarlos otra vez!
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Mientras tanto Nemesia y Felicisimo vivían en una nube, estaban enamoradísimos, habían decidido casarse, pero antes Felícisimo quería encontrara a su padre y a su hermano para darles la noticia.
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El primo Eladio había vuelto a su grupo de jotas, lo de ser trovador ya le estaba cansando y en sus ratos libres enseñaba a Felicísimo a bailar el baile del candil y algunas jotas de las más famosas.
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Una mañana que Nemesia se fue a comprar aceite al molino, se enteró por unos acituneros que el Príncipe Cenizo y toda su corte estaban camino del Guapero, y le entró una nostalgia... se acordó de todas las andanzas para ir a conocerle y las aventuras con Herodillo y se puso muy triste, otra vez le entraron las dudas si quería a Cenizo o a Felicísmo, o a los dos. Se lo contó a su primo Eladio y este le dijo, que lo mejor para salir de dudas era que viera a los dos juntos.
Cuando llegó a su casa le dijo a Felicísimo:
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-Coge unas alforjas con unas morcillas un queso dos panes y la bota de vino, apareja el caballo y échalas encima que nos vamos.
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¿Dónde? -dijo Felicísimo.
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-Ya lo verás, contestó Nemesia.
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Y partieron camino del Guapero.
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Mientras tanto en La Nava empezaron los preparativos para el acontecimiento esperado, Blancaflor se iba a presentar al príncipe Cenizo, y todo el pueblo se volcó para que no faltase ningún detalle. Decidieron que el marco ideal sería La Laguna del Tesorillo. Y allí se reunieron para darle la bienvenida.
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El retratista Chelín para inmortalizar el acto, buen conocedor de los mejores planos de La Laguna, quería sorprender a Blancaflor con una buena puesta de sol, las Barbis observando todos los acontecimientos para sus parodias de agosto y la agüela poniendo orden a los muchachos, amenazando con la garrota, sus defarato si sus subís a la cardereta, un poco apartado, quizá temeroso de que lo tirasen al agua, el navero sin clase, que al fin se había resignado a seguir de lejos al príncipe Cenizo, Vivi y sus colegas dándole vueltas al coco para ver como podían amenizar el acto.
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La cronista Historias tomando nota de todos los acontecimientos para dejar constancia en los viejos pergaminos que colgaban de las paredes del castillo.
Echó una mirada y pensó que faltaba gente, pero de momento no recordaba quienes eran, tendrán que disculparla, ya no conoce a los nuevos moradores y no tiene tiempo de investigar, la comitiva está ya cerca.
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¡Ah! allí llega Matías seguro que le cantará un fandango a Blancaflor, detrás llega Mabel con las Chochonas, esta mujer es incansable.
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Pero... uy,uy,uyyyyy que veo, madrinas, padrinos, el obispo, todos los titos/as detrás y el mister grabando.
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Peazo de recibimiento el que va a tener Cenizo y Blancaflor........
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La comitiva del príncipe atravesó la Dehesa Boyal y en menos de media hora llegó a Puerto Hurraco. El alcalde les esperaba a la entrada del pueblo donde les agasajó ofreciéndoles unos chorizos matanceros y un buen pellejo de vino pitarrero. El príncipe departió durante un buen rato con los lugareños y partieron hacia el Guapero que estaba muy cerca del pueblo. Algunos acompañantes, a los que no les gustaba mucho el agua, se quedaron a pernoctar en una casa rural que había en el pueblo cerca del bar de Sadino.

Roque de Castrejana se puso muy contento cuando vio llegar a su amigo el príncipe. Se dieron un fuerte abrazo y Roque le comunicó que ya estaba casi curado debido a las excelencias de las aguas del balneario. Cenizo le contestó que se daría un buen baño pero que a la mañana siguiente partiría hacia palacio porque estaba ansioso de conocer a Blancaflor.
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Mientras tanto las ranas estaban muy alborotadas dentro de la garrafa. Una de ellas, la de los ojos más saltones, apretó el tapón con sus patas traseras hasta que...¡pap! salió volando por los aires. Una a una fueron saliendo y se lanzaron como locas al agua del balneario mezclándose con sus congéneres que ya habitaban en las numerosas albercas y que las miraban con cara de sorpresa como diciendo ¿de dónde salen estas?.
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El príncipe estaba más ilusionado que nunca, pues sólo pensar en la bella Blancaflor ya le ocupaba todo el día, soñaba con ella y con los años de felicidad que pasaría a su lado, y por supuesto, no podía dejar que nada saliera mal.
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Después de varios días andando por las tierras de alrededor, llegaron por fin a Palacio.
Allí todo estaba listo para la llegada de la joven. En unas horas estaría allí, así que el príncipe fue a darse un baño y a ponerse sus mejores galas. Mientras Nemesia y Felicísimo partían también hacia el castillo después de haber descansado y sincerado sus sentimientos. Nemesia estaba descolocada, en su vida la había visto mas gorda, pues no sabía que hacer. Decidió que cuando llegase el momento y viese cara a cara a Cenizo su corazón le diría cual iba a ser su verdadero amor.
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Mientras Eladio, que ya era muy conocido por toda la corte trabaja en la letra de la canción que le iba a cantar a la joven Blancaflor a su llegada. la letra decía así....
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................................Blancaflor y Nemesia,
................................Nemesia y Blancaflor
................................las dos quieren al príncipe
................................las dos tienen buen corazón.
................................Una se convertirá en rana,
................................la otra...también
................................pues no hay en la tierra
................................mujer capaz de quitar este hechizo
................................al príncipe Cenizo.
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No le gustó mucho como le quedó. Pensó y pensó durante días y al final decidió ir a Barcelona a preguntar a Misterweb que acababa de ser abuelo de un niño llamado Oriol que decían que traía poderes pues a su abuelita Rosa se le iluminaba el rostro cada vez que el niño la miraba y quizá le podría echar una mano con la canción ahora que la felicidad dicen que tiene magia.
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Se rascó la cabeza varias veces...Barcelona está mu lejo y quizá lleguen ante de que me de tiempo de volve... que dilema tengo. Esto por quere ser el mejor trovador del Reino cuando voy aprende a se humilde yo creo que el espiritu de la Navidad no se ha fijao en mí... debia de cambia. Eladio se puso a meditar sobre esto... Irá a Barcelona...

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